Nací de una
familia de tradición teatral. Mi bisabuela que era argentina,
poetisa, autora y empresa del Teatro Rioplatense vino a España
a representar con su compañía. Su esposo, mi bisabuelo,
era médico en Pamplona. [...] A mi bisabuelo le gustaba
mucho el juego (la ruleta, entre otros) y se jugó el dinero
que su esposa tenía en el banco. Lo perdió todo.
Y le puso a su esposa el pretexto de que no le sentaba bien el
clima de España y deseaba volver a Argentina, que allí
se verían cuando regresara ella. Consintió ella.
Un día fue al banco y se encontró sin un duro de
su plata. Y menos mal que aquí estaban cosechando éxitos
y dinero. Se quedaron en España y a partir de entonces
empezó para ellos y para la futura sucesión de nuestra
familia lo que en muchos seres humanos les dio por llamar destino.
Y tal vez por seguir la tradición familiar o por la dichosa
pasión a la vocación de esta profesión maravillosamente
bonita, pero cruel tanto como ingrata. El caso es que nuestra
abuela (la cual tuvo trece hijos, se le murieron seis) se hizo
cantante lírica, tiple, y organizó su propia compañía
de teatro lírico español, titulada “Los Navarro”,
con un repertorio de 120 obras, unos quince o veinte dramas y
comedias, entre las que había algunas de la época
de género político tituladas La libertad caída,
El pan de piedra y El cristo moderno.
Y empezó lo que muchos años después, basándose
en las vidas profesionales de las compañías de teatro
español, que recorrían toda nuestra geografía
interpretando toda clase de teatro, en compañías tanto
familiares como formadas por otros diversos intérpretes y
artistas de todos los géneros, [...] y con el mundo del espectáculo
por bandera española se identificó con ese film titulado
Viaje a ninguna parte. Y el caso es que empezó mi familia
nuestra vida de teatro lírico español, de obras maestras
e inmortales. Yo tenía cinco años.
Estando trabajando no me acuerdo en qué localidad de España,
estaban en medio de una representación, yo me escapé
de la casa y fui a parar al teatro, me metí en el escenario
y, dirigiéndome al público, les dije: “Señoras
y señores, la función ha terminado”. Y una
mano me metió entre bastidores, rápidamente.
Lo último que hice de los quince a los dieciséis
años fueron las prácticas para operador de cabina
(proyección de películas, eran tres meses). Pero
cuando llevaba 2 meses y 21 días, se presentó en
el cine Pelayo de Madrid un chico que era ayudante profesional,
que venía de haber trabajado en el Cine Ideal y tenía
18 años y su carnet y a mí me dejaron fuera; pues
además, según dijeron, no se podía en ese
trabajo trabajar teniendo sólo quince años. Por
esa razón y porque yo no encontraba algún trabajo
de aprendiz, y eso que me iba andando desde Estrecho hasta la
Puerta del Sol, luego llegaba a la casa a comer a las cuatro de
la tarde y mi pobre madre preocupada por si me había pasado
algo. Y fue entonces cuando me mandó con mi padre al Teatro
Bretón de Salamanca, con “Los Ases Líricos”.
Yo empecé como corista (tenor) en la zarzuela
del maestro Guerrero La rosa del azafrán. Y yo en mi lógico
pequeño temor por subir a un escenario le iteraba a mi
padre: “¿Qué tengo que hacer?” (pues
de niño no tiene alguien uso de razón y se toma
esa cuestión escénica, tan seria, como un juego).
En cuanto empezamos a cantar, según una frase que me sugirió
mi padre para no tener miedo y vergüenza ante el público:
“Hazte cuenta con naturalidad de que el escenario es tu
casa”. Y yo así lo hice; no miraba al público
y no lo veía (y eso que estaba abarrotado). Yo me centraba
en la acción y situaciones. Y así empezó
para mí lo que aparte de hacerme un actor, al cabo de cierto
tiempo me haría coger gracias a mi interés, afición
y vocación tal cantidad de experiencia y práctica.
[...] Y tanto fue en el teatro, cine, televisión y hasta
radio, como en mi propia vida real una vez interpretados y otra
vez vividos, sin darme a veces cuenta de que también podían
haber sido interpretados.
En este personaje yo pedía siempre a atrezzo
(palabra italiana) que me dejasen unas gafas de simple cristal
pero muchas veces eran de aumento, pero yo las resistía
muy bien porque siempre he tenido una vista maravillosa. Mi padre
me decía “Carlos, que te vas a marear” Y yo
le decía “que no me mareo, ya lo verás, papá”
Y efectivamente. No me mareaba, aparte de que como es natural
yo miraba muchas veces por encima de la montura superior y otras
por debajo. También me pintaba un bigotillo igual que el
de Charlot. No en balde me llamo Carlos, que en inglés
es Charles, y en los momentos de silencio me ponía en la
postura en que Charles Chaplin se ponía cuando estaba triste,
con una mano en un bolsillo del pantalón y aquí
sí, aquí tenía que sostener la flauta por
debajo del sobaco, luego el cuerpo inclinado un poco a mi derecha
y los pies un poco ladeados como los llevaba Charlot y con la
mirada triste, en actitud reflexiva.
A lo largo de mi profesión de artista y
actor tengo hechas ciento cuarenta zarzuelas, 150 comedias y dramas
y ya tenía el principio de la creación de otro de
los personajes del pueblo según el argumento y las situaciones
de los personajes que en ese momento coincidiesen con nosotros
(el coro). Pero sin el coro no se puede hacer zarzuela y sin los
actores y actrices –característica, actor de carácter,
actor genérico, actor cómico, tiple cómica
y tenor cómico-. Tengo un repertorio teatral de 290 obras
y unas ciento cincuenta películas entre ellas dos protagonistas
y cinco secundarios. |